Los hierros del tranvía nº. 20 chirriaban lastimosamente al transitar por los viales de la ciudad de Brno, segunda más importante de la República Checa, un país "nuevo" en el mapa por aquel entonces. En los vagones se mezclaban frío y olores. Olores de toda condición y frío siempre el mismo, intenso, seco, bajo cero. Algunos tranvías, sobre todo los que pasaban por el centro o los que iban a estaciones importantes, esos, tenían calefacción en los asientos pero éste no. La línea nº. 20 era una ruta larga, periférica y descampada con penúltima parada (nunca supe dónde carajo terminaba aquel tastarro, donde me tocaba ya me parecía el culo del mundo) en una calle que desembocaba, tras caminar unos trescientos metros con el viento abofeteándote la cara, en el edificio de la facultad de Bellas Artes donde me habían destinado los cabrones de la oficina de estudiantes extranjeros desde mi universidad de origen. Lo cierto es que todo aquello me daba igual, había llegado hasta allí y pensaba vivirlo con toda la intensidad posible, pero no está de más resaltar lo bastardos que eran, empezando por el director y terminando por el becario, aunque ese hecho sea hoy irrelevante.
He de decir que los nativos nunca me lo pusieron fácil, pues en una ciudad de 400.000 habitantes éramos tres estudiantes extranjeros provinientes de la Europa del oeste, algo que se notaba miraras donde quisieras mirar y, por así decirlo, nuestro aspecto daba el cante cual gitano haciendo footing. Difícil. Difícil, difícil, difícil. Kafkiano al fin y a la postre.
Pero el principal problema se daba de nuevo en mi incapacidad para leer dónde estaba, qué país era ese que pagaba al mejor dibujante para que ilustrara sus billetes, que competía en los campos de la literatura o el arte contemporáneo con las potencias culturales más desarrolladas, que transitaba por un caos interior que comenzaba en su propia identidad como nación hasta llegar al "pero dónde queremos llegar". Se lo preguntaban los trabajadores encerrados en las oficinas de la televisión estatal, manifestándose por la libertad de comunicación, se lo preguntaban las fuerzas del orden o el ciudadano, que giraban el rostro hacia la Unión Europea como si aquello fuera la arcadia feliz.
Viví un país en transición a la modernidad, caóticamente ordenado, deslabazado en su unión, incomprensible desde el punto de vista racional con el que me paseaba por la vida, asquerosamente seguro de que aquello que pasaba por mi cabeza era la verdad y que todos los demás estaban equivocados. Ese país, la República Checa, tenía a un poeta como presidente. Eso explicaba muchas de las cosas que luego entendí normales en aquella gente, capaces de hacer una revolución de terciopelo sin derramar una sola gota de sangre. Ya se había matado más que suficiente no ya desde la Primavera de Praga, sino que casi de forma endémica y por los siglos de los siglos. A veces los tiramos por la ventana, otras los llevamos a un campo de concentración, etc. La historia se repitió hasta llegar a tu capítulo, ese en el que los buenos salís a la calle y ganáis la guerra sin empuñar un arma. Tocado y hundido, jaque mate, las cuarenta en bastos y todos tan contentos.
Aún guardo una foto tuya firmada, presidente. No es que me la hubieras firmado tú en persona, en realidad es mucho más pueril: Me la llevé del piso donde viví todo aquel tiempo, un lugar a mitad de camino entre una pocilga y un cubo de mierda. Supongo que necesité quedarme con tu cara, tomarme mi tiempo y con los años meterme en tu terreno, el de las letras, y digerir todo aquello desde otra perspectiva y... mira tú por dónde, acerté. Aquella Chequia, presidente, era poesía y dramaturgia en estado puro.
Václav Havel , ex-presidente de la República Checa, ha fallecido hoy en Praga a los 75 años.
P.D.: "Cualquiera que se tome demasiado en serio corre el riesgo de parecer ridículo. No ocurre lo mismo con quien siempre es capaz de reírse de sí mismo." V. Havel
No hay comentarios:
Publicar un comentario