Con los primeros rayos de la primavera en Wro, cientos
saltan a la palestra del Rynek buscando un gofre, un helado, o un que mi crío
se desfogue. Yo vengo de ver el cementerio judío y la visión del gentío disuade
a cualquiera. ¿No hay zonas peatonales en esta casa o qué? Es instintivo, miro
a los huecos.
Cada propietario de tasca, bar, restaurante o comedero ha
sacado su terraza parapetada. Hay sombrillas. Esto parece Sevilla y olé, aunque
aún se debe echar uno encima la zamarra. Abierta, donde pega el sol. Cerrada,
cuando el Hays a la sombra te arrea de costado. La turba pace.
He terminado el documento más tocho. Ando derrengado. Entre
currar los findes y que por el hostal -entre los viernes y los domingos, y demás
festejos de guardar- pasa la mejor carnaza cinco estrellas, no hay indio que
duerma en su tipi como el Gran Bisonte manda.
Siento la necesidad de que alguien me cuente cosas y hoy es
un día perfecto. Hace días que nadie me regala su historia. O una palabra, una
bonita, pentavocálica. No que la compartan conmigo. Quiero que me la regalen. Cuando
andas lejos de los tuyos se ha saber lo que se pide.
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