Los halcones de la noche
El comportamiento colectivo actual se basa en las apariencias hipertextualizadas. A día de hoy no se es nadie sin aparecer en los buscadores, y ya no hablemos sin tener un blog o una página web más elaborada, digamos que al menos aparecer bajo el paraguas de una de esas posibilidades. Y no se es nadie porque cuando van a buscar a uno, te van a buscar a la red. Cuando alguien desea hablar contigo en este preciso instante, quizá sea más probable que te encuentre en un chat que al otro lado del teléfono móvil. Y si alguien quiere saber de ti sin que sepas cuándo, bastará con haceros amigos a través de una plataforma social et voilà, automáticamente podrá ver colecciones de fotos mías, saber lo que estoy haciendo en ese mismo momento e incluso conocer de primera mano mis adscripciones políticas y religiosas a un golpe de ratón. Entre famosos pensadores, se ha convertido una obsesión el tener cuantos más "amigos en internet" posibles, ¿por qué?
Demos un salto hacia el cuadro titulado “Los halcones de la noche” del pintor norteamericano Hopper, donde hay una Cafetería de grandes ventanales iluminados con una luz eléctrica insufrible, en una calle oscura. Dentro puedo ver una pareja bien vestida, con la mirada perdida. Otro hombre está sentado en la barra dándome la espalda y tampoco hace un gesto aparente de querer comunicarse con nadie, y por último hay un camarero que mira al exterior oscuro, hacia la calle, pensando, quizá, le queden unas horas de trabajo en aquel agujero. Hopper realizaba una metáfora de la soledad del hombre, de su aislamiento, de nuestra melancolía. Con la muerte de Dios se descubre al hombre falto de espíritu, zambullido en yerma arrogancia y que acude a la luz artificial como las moscas, la luz eléctrica en la cafetería que Hopper pintó es lo único que ilumina un camino en la noche.
El s.XX alumbró la muerte de Dios y el s.XXI lo devuelve a la vida a través de la red inabarcable, infinita, en forma de nuevo cielo sobre nuestras cabezas junto a la renovación en la fe perdida. El caso es que aún seguimos bajo la luz fluorescente de Hopper con la salvedad de que lo infinito incierto vuelve a estar de nuestra parte. Adecuado a todo, el hombre sigue y seguirá sus mismas pautas, creer hasta el final aunque sea a base de mentirnos a nosotros mismos diciendo que otro mundo, que no es éste, es mejor.
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