Oxímoron


Pantalones de camuflaje.
El hostel tiene de bueno que vivo en el Rynek. Todo lo demás es susceptible de ser mejorado. El hotel Artika en el barrio moscovita de Tekstilshchiki, un chamizo en el Mazury por donde los bisontes, el Krakus de Cracovia y el Roxy de Praga. Allí siempre hubo algo bueno y algo malo, pero mi hostel tiene algo.

Pecho descubierto.
Dice Tzun Tzú que es mejor conservar un enemigo intacto que destruirlo, pero cuando estás en esos días, del rollo a qué huelen las nubes con pavas en shorts pegando botes de felicidad a tu alrededor y llevas dieciséis puñeteras horas intentando llenar de sentido la emigración no te caben muchas opciones.

Borracho como una cuba y su novia también.
Siempre entro y salgo e inmediatamente cierro con llave, pero esta vez se me ha ido, he dejado la puerta abierta y se ha puesto recodado en el dintel, Zubrówka en mano y rebuznando algo así como “shsddhntuuuuuú qué te passssa”.

Toda la kitchenette llena de pelados con sus novias.
El viernes es día de casquetes en las habitaciones del fondo del pasillo. Se reservan la de seis o siete literas porque es la más barata y se la van turnando. Los que fueron y los que irán esperan en la kitchenette bebiendo como animales mientras la pareja afortunada disfruta de su ratico bailando el mambo horizontal entre el colchón Jönma de abajo y los muelles Svärta de la litera de arriba.

La muerte tiene un precio.
Osea, que aquí el más rápido gana. Airgamboy, de arboladura encefalograna plano ha decidido embrocar y a mi poco me cuesta soltar la estocada a larga cambiada, aunque a la par reticente me ajindamo en recibir a gazapón las cuarenta siguientes. Increíble el truco más viejo del mundo, se da la vuelta para ver donde yo apuntaba y se come el portazo. Me jura una somanta. A cascarla, pelao, más y mejor trapío a la próxima.

Inteligencia militar.

Skype con mis chicas.

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