El Caso de Roman Opałka.

Todos los días de su vida, Opalka se viste con una camisa blanca, se coloca delante de un fondo de fotografía neutro y se autorretrata. Acto seguido comienza a pintar números en un lienzo, que es un 1% más claro que el anterior. 4.356.000, 4.356.001, 4.356.002... en adelante. Para no perderse, lee los números en voz alta mientras graba su voz, de ese modo, todo permanecerá registrado permanentemente.

Nació en 1931, y mientras cada lienzo amanece cada vez más claro, los años le llevan a la ilegibilidad. Supe de su trabajo mientras era un estudiante en España, y aún a día de hoy es pobremente conocido allí. Para mí, es uno de los primeros iconos culturales de Polonia, antes que Milosz, Grotowski, Polański o Gombrowicz.

Karol Wojtila, Juan Pablo II.

En 1964, un joven arzobispo de Cracovia tomó el avión equivocado a París, aterrizando en Madrid. Esperó largas horas hasta que pudo tomar el vuelo hasta su destino final. Su pasaporte polaco tampoco le facilitó la vida, pero su conocimiento del español, que había aprendido al estudiar a San Juan de la Cruz, pudo ayudarle a desenvolverse. Esto fue muchos años antes de que esa persona fuese elegida sumo pontífice de todos los cristianos. Algunos lo llamaron el "Papa Viajero". Supongo que su primer viaje a España no fue todo lo placentero que cabría esperar.

La última vez que acudió a mi país de origen, leyó una de las más bellas descripciones de la cultura: "Sin un interior, la cultura carece de corazón, como un cuerpo que no ha encontrado aún su alma. De qué es capaz la Humanidad sin ella?. Desafortunadamente, conocemos la respuesta. Cuando no existe el espíritu contemplativo, no defendemos la vida y toda la forma humana degenera. Sin un interior, el hombre moderno pone en peligro su propia integridad."

Hoy, hace ahora un año, Karol Wojtila murió en la Ciudad del Vaticano.


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