Cuatro cosas sobre gestión cultural

Aún es pronto para lanzar las campanas al vuelo, pero todo indica que sí, que me voy a pasear por el Rynek unos años aún. Sin dar mucho con el perfil "españoles por el mundo" y peña exitosa, con restaurantes que te mueres o casarracas en idílicas playas. Servidor, con seguir haciendo lo que me gusta, se da con un cantico en los dientes.

A uno/a le viene bien cambiar de perspectivas, romper con la monotonía, ya sabes. Eso que antes conseguías abriendo un libro y que ahora no resulta tan fácil. Demasiado ruido, mucha maleza en el jardín de tu propia casa, donde malas hierbas reverberan el llanto de un bebé, y lo tornan en el relinchar de una manada de caballos al galope. Si enciendes la tele, los jinetes del apocalipsis como poco. Esa es la fotografía diaria.

Así que en éstas me encuentro a escasas horas de subirme al avión. Cuando vuelva por estos lares, será de todas todas para ponerme a construir. Mas quisiera yo que fuese en España, debo convencerme de que expatriarse a plazos es como hacer un máster importantísimo. Bueno, vale, total, ahora está de moda decirle al vecino que eres un jasp de éxito en casa Dios. Así que si te cae mal, como es el caso, se lo puedes cascar en el jeto por el mero gusto de hacerlo. Ya estoy pensando en pisar Zaragoza y pongo el modo "joputa" en marcha, no me preguntes por qué.

De todos estos años dedicado a este oficio y habiendo conocido especímenes de todo rango, hay cuatro cosas que ya me he aprendido sobre la gestión cultural. Primera, pasa desapercibido. Segunda, huye de los egoístas. Tercero, no les creas. Cuarto, si quieres ganar pasta hazte dentista.

Nuestra relación

Mirad lo que me he encontrado rebuscando por ahí. Es parte del texto que escribí hace pocos años cuando Zaragoza era candidata a ser la capital europea de la cultura. En su primer dossier de candidatura, hablábamos de España y Polonia en estos términos:

"Conocemos la historia y nuestro pasado en común, ya que Zaragoza es un caso particular en las relaciones que España y Polonia han tenido a lo largo de la historia. En el año 2008, la celebración del bicentenario de los Sitios trajo a desfilar de nuevo por las calles de Zaragoza a la Legia Nadwiślańska (Legión del Vístula). Esto fue sorprendente para muchos, pues una ciudad tomada por tropas que son invitadas doscientos años depués tiene que ser un lugar poco corriente. Lo es, pues desde 1999 es Sitio Emblemático para la Cultura de la Paz a propuesta de la UNESCO.

El asedio de Zaragoza, a ojos de los soldados polacos, fue la pintura en la que muchos de ellos vieron plasmados los mismos ideales por los que luchaban: la libertad de su país. El conflicto interno que se desataría tras la guerra en España llevó al capitán y futuro general -importante autor, además, dentro de la gramática moderna polaca- Józef Mroziński, a escribir “El Asedio y la Defensa de Zaragoza” donde relató la importancia de la victoria de las tropas napoleónicas y por ende de las polacas, a la vez que se preguntaba el porqué de aquella guerra contra gente que ni les había provocado, ni hecho nada en contra de Polonia.

Zaragoza se convirtió en un “antimito”, pues era una guerra por el mismo motivo con que las tropas polacas se lanzaban a la batalla. El mundo entero quedó aterrado al saber cómo los ciudadanos de Zaragoza rechazaban toda propuesta de capitulación y juraban enterrarse bajo las ruinas de la ciudad, y los soldados polacos, de sobresaliente educación comparados con otras soldadas, dieron testimonio fiel de aquello. La batalla pasó a convertirse en una cuestión moral de difícil solución, pues no se terminaba de entender cómo los españoles nunca terminaban de rendirse.

Se cita textualmente un extracto del discurso realizado por el Viceministro de Excombatientes del Gobierno Polaco en la Plaza del Pilar de Zaragoza:

    “La memoria de la defensa de la capital del Ebro está viva hasta hoy día en Polonia gracias a la literatura polaca; cada niño debe saber que Zaragoza era la "siempre heroica" y por qué en 1944, durante el levantamiento antialemán de Varsovia se animaba a los combatientes diciendo que la capital de Polonia resistiría como Zaragoza. Para los polacos -muy orgullosos de los éxitos de sus armas- esta ciudad es el símbolo de la lucha por el honor, la fe y la libertad hasta la última tapia, hasta la última gota de sangre.” Esto ocurría en el año 2008, cuando se cumplían doscientos años de aquellos sitios, cuando ambos países han superado sus tragedias análogas.

Aún así y con todo, pretendemos que nuestra relación no sea una simple enumeración de citas historiográficas más o menos entendidas como lugares donde encontrarse y felicitarse, que también. Pero queremos, y de todo corazón, poder encontrarnos en el contexto europeo actual. España y Polonia han cambiado mucho desde hace doscientos, cien y hasta quince años, y también lo ha hecho Europa. Hoy disfrutamos de la posibilidad de construir un lugar común donde las fronteras y los muros caen, tanto física- como sociológicamente, a raíz del avance de las libertades y los derechos, de la toma de conciencia ciudadana a través de la cultura y el intercambio producido por el mundo globalizado y que se traduce en pequeñas acciones locales.

Queremos obrar el cambio, hacer comprender a la ciudadanía las claves que definirán nuestro futuro como la Unión Europea que ya somos, citarnos para definir hacia dónde queremos avanzar no sólo en la política o la economía, sino en aquellos lugares donde la cultura marque el ritmo de los acontecimientos. La candidatura de Zaragoza quiere ser plenamente consciente de cual es la Polonia actual, y este estudio lo realiza fijándose atentamente en los valores que cada candidatura polaca ha propugnado.

Si Zaragoza es capaz de entenderse con quienes tuvo la más cruenta de sus batallas, todas las ciudades de Europa deberían, tarde o temprano, poder hacerlo entre sí. Es por eso que nosotros queremos seguir siendo un ejemplo de cooperación, respeto y amistad entre los pueblos, y ese es nuestro mensaje a las ciudades candidatas de Polonia: El lugar común es Europa, nuestra fuerza reside en la Unión, nuestro pasado es pasado, y nuestro presente es la construcción del diálogo europeo..."

Lo que cambian las cosas.

Calor


Con los primeros rayos de la primavera en Wro, cientos saltan a la palestra del Rynek buscando un gofre, un helado, o un que mi crío se desfogue. Yo vengo de ver el cementerio judío y la visión del gentío disuade a cualquiera. ¿No hay zonas peatonales en esta casa o qué? Es instintivo, miro a los huecos.

Cada propietario de tasca, bar, restaurante o comedero ha sacado su terraza parapetada. Hay sombrillas. Esto parece Sevilla y olé, aunque aún se debe echar uno encima la zamarra. Abierta, donde pega el sol. Cerrada, cuando el Hays a la sombra te arrea de costado. La turba pace.

He terminado el documento más tocho. Ando derrengado. Entre currar los findes y que por el hostal -entre los viernes y los domingos, y demás festejos de guardar- pasa la mejor carnaza cinco estrellas, no hay indio que duerma en su tipi como el Gran Bisonte manda.

Siento la necesidad de que alguien me cuente cosas y hoy es un día perfecto. Hace días que nadie me regala su historia. O una palabra, una bonita, pentavocálica. No que la compartan conmigo. Quiero que me la regalen. Cuando andas lejos de los tuyos se ha saber lo que se pide.

La crisis que prefiero.


Etimológicamente, la palabra "crisis" significa "decidir". Tomar decisiones nos ayuda a crecer como individuos y también colectivamente, pero tomarlas sin haberlo meditado con cautela no nos hace mejores.

Nadie me ha preguntado qué tipo de crisis prefiero, y puestos a estar puteado por lo menos me aprovecho de mi rincón para decirlo.

Ayer estuve en un proceso de participación en Wro. Hacía mucho tiempo que no estaba en uno. Pude escuchar, exponer mis ideas e incluso tomar decisiones colectivas. Es un gozo verte tan acompañado, con gente tan diferente a uno mismo, con sus propios problemas y vidas.

Esa es la clase de crisis que quiero, la participativa, aquella que nos devuelve soluciones. Claro que esto es Polonia. Los problemas siempre se parecen en todos lares pero el trasfondo cambia, por lo que el simple ejercicio de plantar mis meninges en un escenario diferente me obliga a tomar decisiones. En la crisis que yo vivo ha sido necesario plantarme a dos mil kilómetros para verlas claras. Wro es un laboratorio escepcional.

Los halcones de la noche


El comportamiento colectivo actual se basa en las apariencias hipertextualizadas. A día de hoy no se es nadie sin aparecer en los buscadores, y ya no hablemos sin tener un blog o una página web más elaborada, digamos que al menos aparecer bajo el paraguas de una de esas posibilidades. Y no se es nadie porque cuando van a buscar a uno, te van a buscar a la red. Cuando alguien desea hablar contigo en este preciso instante, quizá sea más probable que te encuentre en un chat que al otro lado del teléfono móvil. Y si alguien quiere saber de ti sin que sepas cuándo, bastará con haceros amigos a través de una plataforma social et voilà, automáticamente podrá ver colecciones de fotos mías, saber lo que estoy haciendo en ese mismo momento e incluso conocer de primera mano mis adscripciones políticas y religiosas a un golpe de ratón. Entre famosos pensadores, se ha convertido una obsesión el tener cuantos más "amigos en internet" posibles, ¿por qué?

Demos un salto hacia el cuadro titulado “Los halcones de la noche” del pintor norteamericano Hopper, donde hay una Cafetería de grandes ventanales iluminados con una luz eléctrica insufrible, en una calle oscura. Dentro puedo ver una pareja bien vestida, con la mirada perdida. Otro hombre está sentado en la barra dándome la espalda y tampoco hace un gesto aparente de querer comunicarse con nadie, y por último hay un camarero que mira al exterior oscuro, hacia la calle, pensando, quizá, le queden unas horas de trabajo en aquel agujero. Hopper realizaba una metáfora de la soledad del hombre, de su aislamiento, de nuestra melancolía. Con la muerte de Dios se descubre al hombre falto de espíritu, zambullido en yerma arrogancia y que acude a la luz artificial como las moscas, la luz eléctrica en la cafetería que Hopper pintó es lo único que ilumina un camino en la noche.

El s.XX alumbró la muerte de Dios y el s.XXI lo devuelve a la vida a través de la red inabarcable, infinita, en forma de nuevo cielo sobre nuestras cabezas junto a la renovación en la fe perdida. El caso es que aún seguimos bajo la luz fluorescente de Hopper con la salvedad de que lo infinito incierto vuelve a estar de nuestra parte. Adecuado a todo, el hombre sigue y seguirá sus mismas pautas, creer hasta el final aunque sea a base de mentirnos a nosotros mismos diciendo que otro mundo, que no es éste, es mejor.
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